Probablemente nadie se ha escapado de presenciar lo que sucede en un grupo de personas cuando la fiesta se pone buena y uno de los asistentes se pasa de tragos y el ambiente se pone incómodo. Si eso le sucede solo una única vez digamos que a Mario (para ponerle un nombre) tal vez no pasa a más. Pero si es recurrente, ya nadie querrá invitarlo a las reuniones porque a no dudarlo, echará a perder el encuentro, porque habrá que -literalmente- juntarlo y luego -con suerte para él- llevarlo a su casa. Entonces Mario tiene un problema serio de salud. Y no solo será aislado, sino que arrastrará a su familia en la adicción, pondrá en juego su trabajo y terminará acabando con su estabilidad física y emocional en una espiral autodestructiva. Eso pasa con las adicciones. Se vuelven incontrolables.
El alcoholismo es una enfermedad y también es un detonante para empujar otras patologías. Por eso tenemos que hablar de alcoholismo y de los disparadores sociales que inducen desde edades tempranas a la ingesta etílica.
Es algo paradógico: si alguien decididamente no quiere tomar alcohol en una celebración se le ve como "extraño", como fuera de lugar. La norma parece indicar que ser "tomador social" es lo "normal", lo esperado. Pero no así convertirse en alcohólico. Eso es sancionado, lleva al señalamiento, al aislamiento y la estigmatización. Un caso público muy reciente, nos lo ha puesto de manifiesto.
Y por eso queremos hablar de alcoholismo, porque como padecimiento de salud pública requiere comprensión, programas de apoyo (tratamiento) para poder apuntalar la voluntad en la recuperación, y eso nos involucra a todos.
Organizaciones como Al-Anon, que surge hace muchas décadas como brazo de AA (Alcohólicos Anónimos), incorporan al núcleo parental del adicto, porque el padecimiento afecta a todo el grupo familiar. Ellos propician el acompañamiento colectivo para vencer el alcoholismo. Y de este tema, conversaremos mañana con Karla y Gloria, de Al-Anon.