El final del año (litúrgico) es mucho más que un momento del calendario. Como el otoño, o como el irse a la cama cada noche, puede ser una ocasión de vivir ya, de modo simbólico, la realidad del final de la vida. Y eso es un tesoro, porque nos permite vivir cada día como si fuera la vida entera, y nos permite vivir la vida entera con toda su profundidad. Acabar el año reconciliados, y agradecidos por todo lo que hemos recibido. Porque, a fin de cuentas, hay que reconocer en último término que "todo es gracia".