Hoy en estos temas acerca de lo qué sabés de Misiones, tu
provincia, vamos a referirnos a un aspecto que tuvo, tiene, y tendrá siempre que
ver con el desarrollo económico y las comunicaciones. Nos referimos al sistema
carretero, que aún bien avanzado el siglo XX siguió teniendo sus serios inconvenientes
Tradicionalmente los grandes ríos Paraná y Uruguay habían
sido las vías para trasladarse, pero el interior del Territorio, y de la Provincia
luego, a partir de 1953, siguieron teniendo problemas con los trazados
carreteros, en especial en épocas de lluvias, cuando era necesario vadear los
numerosos arroyos del interior, algunos muy anchos como el Yabebirí, el
Ñacanguazú o el Piraí Miní que, según la expresión popular: “no daban paso”. Y
1928 el estado mantenía 13 puentes y dos balsas para una extensión total de 350
kilómetros de caminos. Y a cargo del Estado también estaba el pagar el sueldo
de once guardianes de estos puentes y balsas.
En el arroyo Yabebirí, a la altura de San Ignacio funcionaba
una balsa que se hundió en junio de 1933, y por esa circunstancia se decidió construir un puente de madera que
se inauguró en febrero de 1934. Los recursos para construir ese puente, -cuyos
pilares de madera sobrevivieron hasta la década de los 90- fueron provistos en
parte por el gobierno y en parte por empresarios yerbateros de San Ignacio, y
las maderas utilizadas en la obra la donaron algunos vecinos y comerciantes de
Herman Müller, en su trabajo sobre “La colonización alemana
en Misiones”, nos cuenta que: “Los arroyos solían atravesarse por medio de
vados, y en los de mayor caudal se levantaron puentes. Estos puentes, sumamente
estrechos, sólo daban paso a un vehículo, pero si casualmente se encontraban
dos vehículos de ambos lados del arroyo, uno de ellos tenía que darle paso al
otro para luego emprender el cruce”.
En algunos lugares donde las aguas eran anchas y profundas se
instalaban balsas. Un cable tendido de orilla a orilla sujetaba la balsa y por
medio de él se efectuaba el recorrido. Un hombre equipado con una palanca que
enganchaba al cable, ponía la balsa en movimiento y así, a fuerza muscular, se
llegaba a la orilla opuesta.”
“Apenas terminada la ruta circularon los primeros colectivos,
construidos de madera sobre chasis de camión, que carecían de toda comodidad.
Con bancos de madera dura y vidrios corredizos en las ventanillas. Viajar en
ellos era aventurado. Si a su llegada a un arroyo crecido no era posible seguir
viaje, a los pasajeros no les quedaba otra posibilidad que pernoctar a orillas
del arroyo o dentro del colectivo. Y si al amanecer el arroyo había bajado el
chofer decidía proseguir el viaje o no. Algunos choferes, muy audaces y sin
responsabilidad atravesaban los puentes aun estando estos parcialmente bajo el
agua. Estas irreflexiones provocaron accidentes de gravedad, a veces con
Aspectos de una Misiones no tan lejana, y de la que muchos
recuerdan todavía aquella frase decisiva que interrumpía el viaje: “El arroyo