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Lecturas:
Isaías 7,1–14
Salmo 24,1–6
Romanos 1,1–7
Mateo 1,18–24
El misterio que se mantuvo en secreto por generaciones, prometido por los profetas en las Sagradas Escrituras, se revela el día de hoy (cf. Rm 16,25–26).
Este es el “Evangelio de Dios” que Pablo celebra en la epístola de este día: la buena noticia de que “Dios está con nosotros” en Jesucristo. En el Evangelio de hoy se nos da la señal prometida a la Casa de David en la primera lectura. En la Virgen que ha concebido un hijo, Dios mismo ha traído a Israel un salvador de la estirpe real de David (cf. Hch 13,22–23).
Hijo de David según la carne, Jesús es el Hijo de Dios nacido del Espíritu. Será ungido con el Espíritu (cf. Hch 10,38) y por el poder del Espíritu será levantado de entre los muertos y se sentará a la derecha de Dios en los cielos (cf. Hch 2,33–35; Ef 1,20–21).
Él es el “Rey de la Gloria” de quien cantamos en el salmo de este día. La tierra entera le ha sido entregada. Y según lo que Dios juró hace mucho tiempo a David, su reino no tendrá fin (cf. Sal 89,4–5).
Tenemos una nueva creación en Jesucristo. Como la creación del universo, también es obra del Espíritu, una bendición del Señor (cf. Gn 1,2). En Él somos salvados de nuestros pecados y somos llamados “los amados de Dios”.
Ahora, todas las naciones están llamadas a pertenecer a Jesucristo, a entrar en la Casa de David y Reino de Dios: la Iglesia. Juntos, mediante la obediencia de la fe, hemos sido constituidos una nueva raza: un pueblo real que busca el rostro del Dios de Jacob.
Él ha limpiado nuestros corazones; nos ha hecho dignos para entrar en su lugar santo, para estar en su presencia y servirle.
En la Eucaristía se renueva la alianza eterna; continúa hasta el final de los tiempos la promesa de Adviento sobre una Virgen con niño—Dios con nosotros—(cf. Mt 28,29; Ez 37,24–28).
By St. Paul Center for Biblical Theology4.8
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Lecturas:
Isaías 7,1–14
Salmo 24,1–6
Romanos 1,1–7
Mateo 1,18–24
El misterio que se mantuvo en secreto por generaciones, prometido por los profetas en las Sagradas Escrituras, se revela el día de hoy (cf. Rm 16,25–26).
Este es el “Evangelio de Dios” que Pablo celebra en la epístola de este día: la buena noticia de que “Dios está con nosotros” en Jesucristo. En el Evangelio de hoy se nos da la señal prometida a la Casa de David en la primera lectura. En la Virgen que ha concebido un hijo, Dios mismo ha traído a Israel un salvador de la estirpe real de David (cf. Hch 13,22–23).
Hijo de David según la carne, Jesús es el Hijo de Dios nacido del Espíritu. Será ungido con el Espíritu (cf. Hch 10,38) y por el poder del Espíritu será levantado de entre los muertos y se sentará a la derecha de Dios en los cielos (cf. Hch 2,33–35; Ef 1,20–21).
Él es el “Rey de la Gloria” de quien cantamos en el salmo de este día. La tierra entera le ha sido entregada. Y según lo que Dios juró hace mucho tiempo a David, su reino no tendrá fin (cf. Sal 89,4–5).
Tenemos una nueva creación en Jesucristo. Como la creación del universo, también es obra del Espíritu, una bendición del Señor (cf. Gn 1,2). En Él somos salvados de nuestros pecados y somos llamados “los amados de Dios”.
Ahora, todas las naciones están llamadas a pertenecer a Jesucristo, a entrar en la Casa de David y Reino de Dios: la Iglesia. Juntos, mediante la obediencia de la fe, hemos sido constituidos una nueva raza: un pueblo real que busca el rostro del Dios de Jacob.
Él ha limpiado nuestros corazones; nos ha hecho dignos para entrar en su lugar santo, para estar en su presencia y servirle.
En la Eucaristía se renueva la alianza eterna; continúa hasta el final de los tiempos la promesa de Adviento sobre una Virgen con niño—Dios con nosotros—(cf. Mt 28,29; Ez 37,24–28).

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