Transitaba el minuto 120, el final del encuentro estaba próximo, el desgaste físico era notorio, las piernas no respondían, pero había que aguantar un balón parado más para definirlo todo desde el punto penal. Lo complejo era que aquella pelota detenida era en contra, y al parecer, el cerebro tampoco daba aviso de cordura: una locura o un loco desatado podrían resolver el conflicto, o quizás ambos. Érase una vez Uruguay versus Ghana, en la Copa del Mundo del 2010