Hace muchos años, en un pequeño pueblo llamado Llarán, rodeado por espesas montañas y bosques densos, se encontraba un viejo faro, cuyas luces nunca dejaban de brillar, incluso en las noches más oscuras. Los habitantes del pueblo hablaban poco del faro, pero todos coincidían en una misma historia: nadie debía acercarse a él después del atardecer.