En la segunda parte de la predicación, en 1 Pedro 1:3-5, el apóstol enfatiza las bendiciones extraordinarias que los creyentes reciben como herencia por su fe en Cristo. Él comienza celebrando la misericordia de Dios, quien, por Su gran amor, nos ha dado un nuevo nacimiento a una esperanza viva mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Esta esperanza no solo es segura y firme, sino que también nos garantiza una herencia incorruptible, incontaminada y que nunca se marchitará, reservada en los cielos para aquellos que son guardados por el poder de Dios mediante la fe. A través de esta herencia, somos protegidos y fortalecidos para alcanzar la salvación que está lista para ser revelada en el último tiempo.