Hoy, en este comentario acerca de lo que sabés de Misiones,
vamos a hace referencia a un día de fiesta en las antiguas Misiones Jesuíticas.
Por lo general cuando vamos de visita a alguno de esos antiguos pueblos, nuestra
atención se centra en las ruinas que han perdurado, las murallas de piedra, los
portales de la iglesia, los huecos de los ventanales, y aunque nos expliquen
qué dependencias eran aquellas, nos cuesta imaginar aquel lugar poblado por
cientos de personas, las habitaciones techadas y habitadas por los indígenas y
el templo en todo su esplendor, lleno de fieles. Nuestro paseo, como el que
hacen miles de turistas, nos lleva a caminar por el gran espacio abierto de la
plaza. Y es justamente aquí donde nos detendremos un momento para evocar, según
el relato de cronistas de aquella época, cómo eran las celebraciones llenas de
color, sonido y movimiento que allí, en la plaza, tenían lugar para las
festividades de los santos, o para festejar la visita de obispos y gobernadores.
Nos dice un cronista de aquella época: “los jóvenes indígenas
representan en la plaza esgrimas y
escaramuzas, con golpes al compás y jugando al modo militar con banderas
pequeñas y otros con espadas. Unas veces vestidos a lo turquesco o a lo
asiático, con vestidos, con alfanjes, lanzas, saetas y a veces, con bolas de
fuego que disparan a compás.
Hay también variedad de danzas de ángeles y diablos con los
trajes correspondientes, peleando unos con otros.
Salen cuatro compañías de danzantes por las cuatro esquinas
de la plaza, con banderas, cajas, lanzas, espadas y armas de fuego y al son de
clarines, danzan, se encuentran, se acometen, se retiran y juegan a disparar sus
En otra salen dos ejércitos al son de clarines y timbales,
uno de ángeles vestidos a guisa de pelea, con peto y espaldar carmesí, con
morrión hermoseado de plumaje, con espada y escudo con el nombre de Jesús en el
Otros de diablos, con horrorosas máscaras y feas puntas en la
cabeza, con lanzas y un feo escudo, lleno lo restante de llamas, víboras y
culebras y el caudillo Lucifer con una bandera negra.
Tocan los clarines, arremeten los ángeles contra los malos,
los desordenan, hieren y atropellan. Forman en escuadrón con variedad de
mudanzas, vuelven a rodearlos y desbaratarlos, con mucho ruido y al compás de
clarines y timbales hasta que luego de muchas refriegas, el último ángel arremete
contra el último diablo llevándolo a estocadas hasta un lienzo grande en que
está pintada horrorosamente la boca del infierno.
Tras cada una de estas representaciones, salen varios indios para
entretener a la gente con algún entremés mientras se visten los otros.
Tal vez este relato auténtico de aquella época, sirva para
que en la próxima visita que hagas a las ruinas, puedas evocar, por sobre el
silencio que las envuelve, aquellos momentos de hace tantos años, las cosas
ocurridas en esos lugares donde sólo se ven paredes destruidas, pero que fueron,
en un momento, pueblos llenos de vida a los que la provincia debe, nada menos