Cuando me mudé a mi nuevo dormitorio universitario, encontré una lista de reglas extrañas y perturbadoras ocultas en mi manual de estudiante. Al principio pensé que era una broma, pero pronto empecé a notar que algo no estaba bien. Las reglas hablaban de cosas que no debía hacer: no abrir la puerta a ciertas horas, ignorar a personas sospechosas, y evitar habitaciones prohibidas. Cada día que pasaba, la realidad de esas advertencias se volvía más clara, y me di cuenta de que no seguirlas podría costarme más de lo que imaginaba.