La Santa Cruz es la señal de los cristianos. Porque en ella –decían los viejos y siempre necesarios catecismos- murió por nosotros Nuestro Señor Jesucristo. Con la liturgia hemos de decir, de proclamar, de sentir y de vivir –aun desde el misterio: “¡Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección glorificamos! Por el madero ha venido la alegría al mundo entero! “Oh cruz fiel, árbol único en nobleza. Jamás el bosque dio mejor tributo en hoja, en flor y en fruto. ¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza con un peso tan dulce en su corteza. Cantemos la nobleza de esta guerra, el triunfo de la sangre y del madero; y un Redentor, que en trance de cordero, sacrificado en cruz, salvó la tierra”. “¡Tu cruz, adoramos, Señor!”