Llegó consternado con Libia, puesta a la luz del faro de la noticia por la tragedia de casi 7.000 muertos y 10.000 desaparecidos tras un huracán. Le sirvió para recordar que, alguna vez, cuando Gadafi, existía para los periódicos a menos kilómetros sentimentales.

Siguiendo con la conversación de la última semana, se preguntó si Feijóo y la mayoría koiné será capaz de ponerse el pinganillo en el Congreso. Si cederán a la erosión simbólica de lo común de los babelistas o se plantarán en la incomunicación. Una pregunta pertinente sobre todo de cara al debate de investiblanda (© Max Lacruz).

Clamó al cielo que solo dos días antes de eso, y dos semanas antes de la manifestación convocada por Sociedad Civil Catalana en Barcelona, el PP se haya sacado de la manga un difuso “acto” en Madrid. ¡Si siguen así, acabarán extrañando a Casado! El único momento lógico para concentrar a la sociedad contra la amnistía, todos a una, es el 8 de octubre, aniversario además de aquella otra gesta democrática en 2017. Ya que no hay Gobierno, nos merecemos por lo menos que haya oposición.

Ahora que la amnistía es moneda de cambio de urinario, resulta que salen los poetas y los violines, como los de Xavier Vidal-Folch pidiendo inmoralmente, con palabras de Azaña, paz, piedad y perdón. Pero la mitad de los catalanes, a los que por supuesto no nombran, no hemos perdonado ni perdonaremos. Esta amnistía, una anomalía que va contra la democracia, la división de poderes y el sentido común, también va contra nosotros.

Y fue así que Espada yiró.

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