Aprenderemos a aceptar que algunas de nuestras pérdidas son las consecuencias de nuestra malas decisiones. Más de una vez nos hemos llegado a preguntar ¿Cómo puede un Dios que es tan bueno permitir que esto me suceda? Y cuando nos hacemos esta pregunta, en lo más profundo de nuestro ser estamos culpando a Dios por nuestra pérdida y no aceptamos que muy probablemente la responsabilidad sea nuestra.