
Sign up to save your podcasts
Or
348 ChilePodcast
Lecturas para la Educación Básica
El sapito Colocoy se dirigía a su casa, a descansar de las pesadas tareas del día, cuando, en el camino, se encontró con un zorro.
-¡Quítate de mi camino, feo sapo -le dijo éste-, me incomoda verte siempre saltando! ¿No puedes correr, aunque sea un poquito?
-¡Claro que puedo! – constestó el sapito Colocoy, que, sin ser orgulloso, se sintió terriblemente ofendido de que el zorro le hubiera dicho que andaba siempre a saltos
- Claro que puedo, y mucho más ligero que tú, si se me antoja.
– ¡Ja, ja, ja-rió el zorro-. ¡Qué graciosos eres! ¿Quieres que corramos una carrerita?
– ¿Y en qué topamos? -le contestó el sapito-. Pero lo haremos mañana en la mañana, porque ahora vengo cansado de mi trabajo y no haraganeo como tú. Además, se hace tarde y me espera mi familia para cenar.
– Convenido, pero no faltes, pobre sapito. -dijo el zorro, y en un liviano trote se dirigió, riendo, a su madriguera.
Al día siguiente, mucho antes de que las diucas comenzaran a sacar el alba de sus buches, el sapito Colocoy ya se estaba preparando para la carrera. Puso a sus hijos menores como jueces de grito, en la partida; a su mujer, como juez de llegada; y a su hijo mayor, que era igualito a él, lo escondió en la tierra, unos cuantos metros más allá del punto de llegada.
Empezaba a clarear cuando apareció el zorro.
– ¿Estás listo sapito Colocoy? -le preguntó.
– ¡Mucho rato! ¿Trajiste testigos?
– No me hacen falta, basta y sobra con los tuyos, para el caso presente. Y corramos luego que tengo una invitación a un gallinero y se me está haciendo tarde.
348 ChilePodcast
Lecturas para la Educación Básica
El sapito Colocoy se dirigía a su casa, a descansar de las pesadas tareas del día, cuando, en el camino, se encontró con un zorro.
-¡Quítate de mi camino, feo sapo -le dijo éste-, me incomoda verte siempre saltando! ¿No puedes correr, aunque sea un poquito?
-¡Claro que puedo! – constestó el sapito Colocoy, que, sin ser orgulloso, se sintió terriblemente ofendido de que el zorro le hubiera dicho que andaba siempre a saltos
- Claro que puedo, y mucho más ligero que tú, si se me antoja.
– ¡Ja, ja, ja-rió el zorro-. ¡Qué graciosos eres! ¿Quieres que corramos una carrerita?
– ¿Y en qué topamos? -le contestó el sapito-. Pero lo haremos mañana en la mañana, porque ahora vengo cansado de mi trabajo y no haraganeo como tú. Además, se hace tarde y me espera mi familia para cenar.
– Convenido, pero no faltes, pobre sapito. -dijo el zorro, y en un liviano trote se dirigió, riendo, a su madriguera.
Al día siguiente, mucho antes de que las diucas comenzaran a sacar el alba de sus buches, el sapito Colocoy ya se estaba preparando para la carrera. Puso a sus hijos menores como jueces de grito, en la partida; a su mujer, como juez de llegada; y a su hijo mayor, que era igualito a él, lo escondió en la tierra, unos cuantos metros más allá del punto de llegada.
Empezaba a clarear cuando apareció el zorro.
– ¿Estás listo sapito Colocoy? -le preguntó.
– ¡Mucho rato! ¿Trajiste testigos?
– No me hacen falta, basta y sobra con los tuyos, para el caso presente. Y corramos luego que tengo una invitación a un gallinero y se me está haciendo tarde.