Dondequiera que los siervos de Dios predicaban con fidelidad la Palabra de Dios, se veían resultados que atestiguaban su origen divino. Los pecadores sentían despertarse su conciencia. Una profunda convicción tomaba posesión de su mente y su corazón. Tenían conciencia de la justicia de Dios, y clamaban: “¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:24). Al serles revelada la cruz, veían que nada sino los méritos de Cristo podía expiar sus transgresiones. Por medio de la sangre de Jesús, ellos lograban el perdón de “los pecados pasados” (Romanos 3:25).