📖 1 Juan 4:7-21 RVA2015:
"Amados, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios. Y todo aquel que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros: en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo en expiación por nuestros pecados. Amados, ya que Dios nos amó así, también nosotros debemos amarnos unos a otros. Nadie ha visto a Dios jamás. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor se ha perfeccionado en nosotros. En esto sabemos que permanecemos en él y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo como Salvador del mundo. El que confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor. Y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios permanece en él. En esto se ha perfeccionado el amor entre nosotros para que tengamos confianza en el día del juicio: en que como él es, así somos nosotros en este mundo. En el amor no hay temor sino que el perfecto amor echa fuera el temor. Porque el temor conlleva castigo, y el que teme no ha sido perfeccionado en el amor. Nosotros amamos porque él nos amó primero. Si alguien dice: “Yo amo a Dios” y odia a su hermano, es mentiroso. Porque el que no ama a su hermano a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto. Y tenemos este mandamiento de parte de él: El que ama a Dios ame también a su hermano."
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Este capítulo podríamos titularlo como el capítulo del amor. Semejante al de 1 Corintios, capítulo 13, cuando Pablo explica las cualidades del amor, así también el apóstol Juan explica aquí la modalidad del amor de Dios y el efecto que ocurre en nosotros. El principio bíblico que enseña el apóstol es que si somos transformados por el poder y el amor de Dios, como consecuencia nosotros también debemos compartir ese mismo amor de Dios a nuestro prójimo. Nuestro comportamiento hacia nuestros hermanos debería ser el mismo que Jesús tuvo con nosotros.
Claramente el apóstol Juan declara que si alguien dice que ama a Dios pero no ama a su hermano, realmente es un mentiroso y se engaña a sí mismo, pues nadie que haya sido transformado por el poder de Dios puede tener un corazón lleno de orgullo, altivez, odio y rencor contra alguien.
El apóstol repite una y otra vez que Dios es amor, y si nadie sabe amar a alguien, entonces tampoco puede amar a Dios. Es más, si alguien no puede amar a una persona que ve, ¿cómo es posible decir que puede amar a un Dios que no ve?
Este tema es bien especial porque nos anima y nos empuja a que limpiemos nuestra mente y corazón de cualquier sentimiento o actitud áspera contra alguien. Y no solamente eso, sino que nuestra salvación está en riesgo si no aprendemos a amar conforme a la plenitud de Dios. Cuando se refiere a la plenitud del amor, significa que el amor es gradual, va aumentando y debe llegar a la estatura de Jesucristo. Esa es la definición más grande y clara en lo que consiste el amor: que Jesús nos amó primero. Y de la misma forma debemos amar a otros.
Por eso, en nuestro hogar debe predominar el amor como ingrediente de unión y cooperación mutua, no se debe amar con temor. En muchos hogares los miembros de la familia viven atemorizados por las reacciones agresivas de violencia de la madre o el padre. A veces se utiliza la manipulación por medio de palabras ofensivas o amenazas. Eso no debe ser así. Que el ingrediente mayor sea el amor, pues en el amor no hay temor sino comprensión, respeto, tolerancia, paciencia, comunicación y obras de compasión.
Echa fuera el temor de tu hogar y comiencen a construir puentes de confianza por medio del amor...