Juan observa una poderosa vision, la Nueva Jerusalén, un lugar de verdadera paz, de amor y comunión con nuestro Dios y Salvador. Es un lugar donde las leyes físicas actuales son totalmente quebradas, indicando que Dios es el formador de las leyes físicas. Allí hay un muro, un monumento, dedicado a todos los que sirvieron a nuestro Dios y trabajaron en su obra. Este es un lugar de gran belleza, pues refleja la santidad y el amor de nuestro Dios.