El mundo contemporáneo vive como si Dios (o dios) no estuviera presente o como si Dios no existiese. Esta supuesta ausencia, dice el autor de esta columna, no se limita a lo que denominamos “Dios”, sino al sentido profundo de la vida. La desesperación y la desorientación son, paradójicamente, el modo como “dios” se hace presente por el absurdo.