Tocarnos, abrazarnos, compartir la certeza de una mutua existencia junto al otro. Nuestros cuerpos se extrañan y, a la distancia, añoran el contacto íntimo de la piel. A estas almas sedientas no les alcanza con los encuentros a través de las pantallas y suelen escapar de los salones virtuales, a la espera de volver a recibir las caricias que solo unas manos tibias, queridas, pueden darles.