La condición de pobreza de miles de millones de mujeres y de hombres interpela la conciencia humana y cristiana. La lucha contra la pobreza encuentra una fuerte motivación en el amor por los pobres. La iglesia no se cansa en promover el principio del destino universal de los bienes, el principio de solidaridad y de subsidiariedad, gracias al cual es posible estimular el espíritu de iniciativa y evitar el aletargamiento de la persona, que promueva al puro asistencialismo, base fundamental de todo desarrollo socioeconómico, a los pobres se les debe mirar no como un problema sino como los que pueden llegar a ser sujetos y protagonistas de un futuro nuevo y más humano para todo el mundo.