Pocas figuras de la Antigüedad han sido tan célebres, tan evocadas y, al mismo tiempo, tan mal comprendidas como Cleopatra VII, la última reina de Egipto.
Para muchos, su nombre evoca la imagen de una mujer enjoyada, rodeada de lujo oriental, navegando en un barco dorado hacia su destino.
Otros la recuerdan a través del rostro de Elizabeth Taylor, la mirada oscura de una femme fatale que hipnotizaba a los hombres poderosos de Roma.
Pero detrás de ese mito, detrás de siglos de maledicencias, propaganda y fantasía, existió una mujer real, una soberana que habló con los dioses del Nilo y con los sabios de Alejandría, una reina que gobernó un país en crisis con la mente de una estratega y la determinación de quien sabe que su tiempo se acaba.