Con la cabeza nunca sabe uno a qué atenerse, ser un testarudo o un cabezota no conviene pero tampoco una testa demasiado frágil, menos aún, permitir que se reblandezcan los sesos.
Mantenerse en sus trece como el papa Luna o como aquella mujer que se negó a levantarse del asiento del autobús reservado a los blancos. Hoy se dan la mano testarudos y voluntades férreas, matices y caras de la moneda...