Había una vez en un pequeño pueblo, un grupo de niños que siempre jugaban juntos en el parque. Sin embargo, últimamente, habían estado peleando constantemente por pequeñas cosas, como quién iba a jugar con un juguete primero o quién ganaba en los juegos.

Un día, llegó al pueblo un mago anciano que había escuchado sobre las peleas de los niños. Decidió ayudarlos enseñándoles una lección valiosa. Convocó a todos los niños al parque y les entregó un puñado de semillas mágicas.

El mago les explicó que estas semillas representaban los actos amables y las buenas acciones que podrían sembrar en el mundo. Les dijo que cada vez que hicieran algo bueno por los demás, debían plantar una semilla.

Al principio, los niños estaban un poco escépticos, pero decidieron probar. Uno de los niños ayudó a otro a levantarse después de caerse, y plantó una semilla. Otro niño compartió su merienda con un amigo que se había olvidado de traer la suya, y plantó una semilla también.

Con el tiempo, las semillas comenzaron a crecer y florecer en el parque, llenándolo de color y alegría. Los niños se dieron cuenta de que cada acto amable que realizaban tenía un efecto positivo en su comunidad.

A medida que las flores crecían, las peleas entre los niños disminuyeron. Se dieron cuenta de que al ser amables y considerados con los demás, podían crear un ambiente más feliz y pacífico para todos.

Desde entonces, los niños del pueblo se esforzaron por ser amables y ayudar a los demás, recordando siempre el poder de las semillas mágicas y cómo podían hacer crecer la bondad en el mundo.