Hace 10 000 años, cuando ya nadie se acordaba de la última glaciación, un ser humano, hombre o mujer, sentado cerca de la hoguera observaba el cielo nocturno que se le presentaba.
Sabía que la luna aparecería por detrás de unos riscos, como lo había hecho desde su infancia
Durante varias noches, este astrónomo y cronógrafo de la Edad de Piedra había estado viendo salir y ponerse la pálida esfera celeste. Se dio cuenta de que se movía en una serie de fases previsibles y de que podía contar las noches entre los momentos en que estaba llena, semillena y completamente oscura.
Era una información útil para una tribu que quisiera utilizar aquella luz plateada para cocinar y cazar, o para calcular acontecimientos como el número de lunas que había entre la primera brisa del invierno y la llegada de la primavera.
Y con esta información tal útil, nuestro ser humano era capaz de determinar cuándo volvería a estar la luna llena o cuando desaparecería, pudiendo marcar fechas para celebraciones claves.