Es mediodía y las campanas discretas de la Ciudad Eterna elevan su voz entre el bullicio del tráfico, las sirenas de las ambulancias y las bocinas de los buses turísticos. Desde la colina del Gianicolo un cañonazo diario asusta a las gaviotas y a las palomas que se alborotan entre las terrazas y cúpulas de la ciudad.