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La definición bíblica de opresión y posesión se basa en la revelación de Dios en las Escrituras sobre la realidad del mal y la acción de los espíritus malignos. Según la Biblia, la opresión es el resultado de la caída del hombre y el pecado, que trajo consigo el sufrimiento, la injusticia, la violencia y la muerte. La opresión se manifiesta en diferentes formas, como la esclavitud, la persecución, la explotación, la idolatría y la enfermedad. La opresión es una forma de resistencia a Dios y a su voluntad. La posesión, por otro lado, es el estado de estar bajo el control total de un espíritu maligno, que invade el cuerpo y la mente de una persona y le hace actuar contra su propia voluntad. La posesión es una forma de dominio del diablo sobre el ser humano, que lo aleja de Dios y de su imagen.
La Biblia también enseña que Dios es el único dueño legítimo de todo lo que existe, y que él nos ha dado a los seres humanos la responsabilidad de administrar sus bienes con justicia y amor. La posesión legítima implica reconocer a Dios como el Señor y el Creador de todo, y usar lo que él nos ha dado para su gloria y el bien común.
By Dietrich AlbLa definición bíblica de opresión y posesión se basa en la revelación de Dios en las Escrituras sobre la realidad del mal y la acción de los espíritus malignos. Según la Biblia, la opresión es el resultado de la caída del hombre y el pecado, que trajo consigo el sufrimiento, la injusticia, la violencia y la muerte. La opresión se manifiesta en diferentes formas, como la esclavitud, la persecución, la explotación, la idolatría y la enfermedad. La opresión es una forma de resistencia a Dios y a su voluntad. La posesión, por otro lado, es el estado de estar bajo el control total de un espíritu maligno, que invade el cuerpo y la mente de una persona y le hace actuar contra su propia voluntad. La posesión es una forma de dominio del diablo sobre el ser humano, que lo aleja de Dios y de su imagen.
La Biblia también enseña que Dios es el único dueño legítimo de todo lo que existe, y que él nos ha dado a los seres humanos la responsabilidad de administrar sus bienes con justicia y amor. La posesión legítima implica reconocer a Dios como el Señor y el Creador de todo, y usar lo que él nos ha dado para su gloria y el bien común.