Dimensión Prohibida

DP7: Escocia misteriosa


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Castillos, leyendas, fantasmas, criaturas imposibles...
Antes del cristianismo, Escocia ya vivía bajo la autoridad de lo invisible. Las religiones celtas, druidas y animistas entendían el mundo como un sistema de presencias: todo lo que existe, respira; todo lo que respira, tiene alma. Los ríos, las piedras, los árboles, los montes y los vientos eran portadores de intención. No había separación entre lo natural y lo espiritual. De ese tronco pagano nacen los seres del folclore: las bean nighe o lavanderas del vado, precursoras de las banshees, que anuncian la muerte con su gesto ritual; los brownies, espíritus domésticos que ayudan en las tareas del hogar; los selkies, focas que se transforman en humanos, símbolos de lo liminal entre el agua y la carne; las will-o’-the-wisps, luces errantes que reflejan la respiración.
El cristianismo, al expandirse, no destruyó estas creencias: las reinterpretó. Donde antes había un espíritu del río, ahora hay un alma en pena; donde había una divinidad menor, se habla de demonio o de ángel caído. El resultado fue una hibridación cultural: lo pagano se disfrazó de sobrenatural cristiano. De ahí que los fantasmas escoceses mantengan una ambigüedad tan particular: son al mismo tiempo almas y naturalezas elementales, memoria y paisaje. Esa continuidad explica por qué el pueblo escocés nunca se ha mostrado hostil al misterio. Lo invisible no se teme: se negocia. Se le deja pan y leche, se le saluda al cruzar un puente, se le cede el último lugar junto al fuego. Es una ética de convivencia con el más allá, heredera del respeto animista hacia las fuerzas del entorno.
El siglo XIX introdujo una nueva lectura: el fantasma como figura del espíritu romántico. Los poetas y viajeros —desde Walter Scott hasta los cronistas victorianos— encontraron en las ruinas escocesas un símbolo de lo sublime: lo bello unido al temor. El espectro dejó de ser aviso y se convirtió en imagen del tiempo perdido, en encarnación de la melancolía nacional. Este enfoque estético transformó el miedo en fascinación. Los castillos se llenaron de visitantes que buscaban “ver algo”, pero también de artistas que buscaban sentir algo: la vibración de lo que fue. Escocia, entonces, se consolidó como patria visual de lo romántico: paisajes que respiran historia, brumas que encubren pasado y deseo. El fantasma, en este contexto, se volvió metáfora: presencia poética del tiempo.
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Dimensión ProhibidaBy Maximilian Meyer