La templanza, como cualquier virtud, es tremendamente positiva: Hace que la persona sea capaz de ser dueña de sí misma y pone orden en la sensibilidad, afectividad, gustos y deseos.
Por eso, cuando un hijo nos pide algún deseo y los padres se lo negamos, es fácil que le demos respuestas como que no nos podemos permitir ese gasto o cosas por el estilo. Eso sólo es parte de la verdad y, además, tiende a que los hijos vean la sobriedad como algo negativo; piensan que cuando tengamos más dinero lo haremos. No es así.
La templanza nos procura un equilibrio en el uso de los bienes materiales que nos hace libres para aspirar a bienes más altos.
Para educar en la austeridad hay que tener valor: muchas veces exige enfrentarse a los hijos y a la corriente por donde va la sociedad. Pero ése es el camino. O se tiene ese valor o no se hace nada.