En 1858, en pleno corazón de los Estados Pontificios, un niño judío de seis años fue arrancado de los brazos de sus padres por orden del Vaticano, tras haber sido bautizado en secreto por una sirvienta. El caso de Edgardo Mortara se convirtió en un escándalo internacional que enfrentó al poder papal con los principios de libertad religiosa, movilizó a gobiernos europeos y dejó una marca profunda en la historia del antisemitismo moderno. Este episodio narra en detalle uno de los secuestros más simbólicos del siglo XIX, justificado en nombre de la fe.