Una novedad radical
El largo camino hacia la emancipación ha estado sazonado e incluso enmarcado en un extenso catálogo de metáforas destinadas a enfatizar la idea de continuidad de un proyecto que venía de tan atrás como de desobediencia a un poder injusto y que no concluiría hasta la liberación completa de la vida. Este ethos, de análisis y de trabajo geológicos pero también de aceleraciones volcánicas, introducía las pequeñas victorias en la narración de enormes avances y ponía las derrotas y las sequías en un juego pendular, nunca definitivo.
Si el libro de Xan López “El fin de la paciencia” (Anagrama, 2025) tiene un mensaje, es que esa vieja virtud carece hoy de sentido. Que la senda de la emancipación, si quiere discurrir por contextos fieles a tal idea, no puede ser larga porque, más allá de determinadas condiciones climáticas, no hay camino como tal. Por supuesto, no somos la primera generación que sienten esta tarea como urgente. Otras se han jugado, en procesos históricos acelerados, su supervivencia o sus formas de vida, pero sí tenemos hoy todo tipo de certezas de que, de no invertir de forma abrupta algunos resultados de nuestra organización social, como las emisiones de carbono, el campo de posibilidades políticas se reducirá tanto a la supervivencia y la guerra por recursos y hábitats escasos que el juego completo habrá cambiado a uno mucho más difícil de ganar.
López deja claro que nuestras posibilidades de hacer política climática están trenzadas por la confluencia de dos tradiciones: nuestra tradición política y nuestra tradición científica. Mientras que la segunda ha evolucionado hasta darnos la oportunidad de desatar algunos nudos que eran insalvables hace un tiempo, la segunda permanece constante en sus métodos y respuestas. Nuestra tradición ha delimitado la cuestión climática como irresoluble dentro del capitalismo, tanto por falta de medios técnicos como de opciones políticas, pero los avances en las posibilidades de electrificación sin emisiones y la misma reconfiguración del campo político en las ruinas del post-2008 del neoliberalismo han cambiado el escenario. El problema se ha vuelto por entero político.
Si no estamos ante un déficit de conocimiento ni ante una barrera tecno-científica inevitable ¿qué nos impide morder la cuestión climática con la pasión, la inteligencia y el pragmatismo de aquellos seres a quienes les va la vida en ello? En una dimensión individual, solemos despreciar la digestión personal e incluso espiritual de esta vivencia política de la incertidumbre. Aunque nuestros marcos de análisis son socialistas, las vidas cotidianas de quienes conocemos se sustentan en premisas de continuidad y pactos íntimos de estabilidad con el futuro. Están llenas, de hecho, de ejercicios espirituales que performan nuestra capacidad de mantener el mundo tal y como es, e incluso de intervenir sobre él, desde la banalización del estoicismo a tip list, hasta decisiones profundas sobre estudios, crianza y cuidados.
Por otro lado y contra lo apremiante de la situación, la discusión política se mueve entre la reiteración de la espera en marcos analíticos y activistas heredados, la pulsión esquizogenética de una existencia política por distinción entre las pymes de la izquierda, el enaltecimiento del término medio como ingrediente secreto de las grandes alianzas y una lectura abstracta de cualquier avance concreto como un “hacerle el juego” al capital. Hay, entonces, razones para el optimismo en espacios técnicos, económicos y de opinión pública donde nunca los hubiéramos sospechado y enormes debilidades en los cimientos de nuestras formas políticas de estar y actuar sobre el mundo. Una paradoja que no tenemos mucho tiempo para desanudar. Bienvenides a la séptima temporada.