El verdadero problema del hombre no son sus circunstancias temporales sino su condición eterna delante de Dios. La falta de paz que experimentamos sin Cristo es un reflejo externo de un problema más grave interno que es nuestra separación, nuestra enemistad con el Dios Santo de las Escrituras, y es solo al solucionarse este problema mayor, a través de confiar en la obra perfecta de Cristo en esa cruz que nos reconcilia con Dios que podemos experimentar la verdadera paz interior.