Andrés siempre había sentido una conexión especial con el mar. Desde pequeño, cuando visitaba la costa con su familia, sus ojos se iluminaban al ver las olas rompiendo en la orilla. A medida que crecía, su amor por el océano se transformó en algo más profundo, algo casi místico. Sus amigos solían bromear, diciendo que Andrés podía escuchar las voces del mar. Y no estaban tan equivocados.