Desde pequeña, Marina había sentido una conexión especial con el mar. Creció en un pequeño pueblo costero, donde las olas golpeaban las rocas con una cadencia que parecía latir al ritmo de su propio corazón. Su abuelo, un viejo marinero de voz ronca y manos curtidas, le contaba historias sobre sirenas, tesoros escondidos y barcos fantasmas que vagaban en noches de niebla.