Palabra de Dios: “Quédense quietos y sepan que yo soy Dios.” Salmos 46:10 NTV

“Sin embargo, ustedes ni siquiera tendrán que luchar. Tomen sus posiciones; luego quédense quietos y observen la victoria del Señor. Él está con ustedes.” 2 Crónicas 20:17 NTV

Perlas: Hemos hablado esta semana de cuán poderosa puede ser la experiencia de la oración, cuando la vivimos de acuerdo con lo que nos enseña Dios en Su Palabra. Hoy vamos a considerar otro aspecto importantísimo: Estar quietos. La Palabra de Dios nos instruye a estar quietos; dice que si estamos quietos, sabremos que Él es Dios, lo veremos actuar, veremos a Dios siendo Dios en nuestras vidas. Entonces lo contrario también es cierto: No te quedes quieto, y no sabrás que Él es Dios.

Escuché una enseñanza de Kathryn Kulman en la que ella decía: “Así como la luna no se puede reflejar bien sobre un mar intranquilo, de la misma manera, Dios no puede reflejarse ni llegar a una mente inquieta.” En estos tiempos de la vida hay tanta frustración, tanta confusión, tanto, pero tanto ruido… y lo peor es que muchos se han acostumbrado tanto al ruido permanente (de día y de noche, en el trabajo, en la calle, en la casa, a donde vayas) y a tantas las voces, luces, sonidos y bombardeos, que muchos ya expresan que necesitan el ruido, que no resisten el silencio, que no soportan la quietud. La tiranía de la urgencia gobierna tanto la vida de muchos, que no pueden parar de correr todo el día, y aún al caer en la cama en la noche ya desmayados, su mente aún no puede parar. Lo anormal se ha vuelto normal.

El problema más grave es que nadie es inmune a esto, porque es como una fuerte corriente. Esta velocidad de la vida te lleva, y si decides vivir de una manera diferente te toca literalmente caminar cuesta arriba y con la corriente en contra.

Muchos tienen la intención de vivir su experiencia de orar y de tener un tiempo a solas con Dios, pero con esta misma velocidad y afán. ¡No funciona! Aún no han aprendido el arte de acallar o aquietar la mente… Leímos: Quédate quieto y sabrás que Yo soy Dios…  Pero si no nos detenemos y  seguimos en nuestros afanes y carreras, no lo sabremos. No podremos escuchar la voz de Dios si no aprendemos a aquietar nuestra mente y corazón. La oración es una entrega mutua que se da en una conversación de dos… si solo hablas tú y no le das tiempo a tu mente de parar, no te detienes, no esperas el momento donde Dios te habla a ti… te estarás perdiendo del tesoro más grande y eterno.

Si acallamos nuestra mente, y estamos quietos y permitimos que Él nos hable, muy seguramente escucharemos Sus palabras llenas de amor y ternura, Sus palabras recordándonos Sus promesas y reafirmándonos; pero también habrá corrección, disciplina, nuevos retos, nuevas instrucciones y nuevas estrategias que Él nos quiere entregar, enseñar y revelar.

Muchas veces los problemas son tan enormes y las cargas tan pesadas, que no vemos cuál pudiera ser la solución y no sabemos ni cómo orar… El Espíritu Santo nos enseña aún cómo orar y Él lleva nuestras oraciones con gemidos indecibles ante el Padre. Si nos quedamos quietos, silenciando nuestra boca, nuestra mente y nuestro corazón… entonces podremos escuchar Su voz y Su respuesta. 

Muchos de ustedes seguramente han tenido la experiencia de que en medio de un sueño profundo, el Señor los despierta, en el momento cuando están totalmente quietos… Pues el Señor escoge ese momento, como el momento ideal para darnos la respuesta, la solución y la estrategia. La respuesta no viene en medio de la angustia y la desesperación… viene cuando estamos en quietud. Sus respuestas son perfectas, cargadas de sabiduría y amor infinitos. Él es el Padre infinitamente sabio, infinitamente amoroso, infinitamente bueno.