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Ep.61 Button de nácar


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Segunda parte de la conversación junto a Daniela Grandi
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Una verdadera escuela de costumbres, normas y conocimientos necesarios para la sobrevivencia de la comunidad, era el Chiejaus. Allí se aprendía un principio fundamental en la vida de los canoeros: «Nosotros, hombres y mujeres, ante todo debemos ser buenos y útiles a la comunidad».
Cada cinco años, se realizaba el Chiejaus, al que acudían los jóvenes púberes. Se realizaba en un marma o cabaña, cuyo tamaño dependía del número de padrinos, discípulos y maestros.
El lugar donde se levantaría el marma, era acordado por los jefes de familia con meses de anticipación.
Esta escuela yagan podía durar hasta cinco meses, ya que no tenía un tiempo predeterminado.
Procedían así: El director de la ceremonia pintaba su cuerpo de color blanco con rayas rojas transversales. Los participantes se adornaban con lunares y líneas de colores que representaban distintos seres sobrenaturales del mundo yagan.
El chiejaus, al que asistían los adolescentes de ambos sexos, era considerado como paso necesario para adquirir el status de adultos. No era una celebración estrictamente periódica, en realidad, se efectuaba cuando en un grupo de familias se alcanzaba cantidad suficiente de candidatos y si se cumplían con las condiciones materiales suficientes para sustentar a los numerosos participantes durante las semanas o meses que duraba la ceremonia. Decidida la realización, se construía una gran choza en la que se instalaban los adolescentes, sus padres, madres y padrinos, y todos los adultos que desearan participar. De entre ellos se elegían los oficiantes de la ceremonia. Los aspirantes eran sometidos a ayuno, inmovilidad, sueño insuficiente y trabajos duros. Eran además adiestrados en las tareas propias de cada sexo y se les inculcaban normas de comportamiento tanto pragmáticas como altruistas. Estas últimas tenían elevado valor moral, aunque en la práctica posterior solían ser poco respetadas. El chiejaus incluía además narraciones de mitos y tradiciones, así como momentos de esparcimiento (cantos, danzas y juegos colectivos). Una vez cumplida la celebración por parte de los aspirantes, las mujeres quedaban en condiciones de contraer matrimonio, pero los varones debían asistir a un segundo chiejaus antes de ser reconocidos plenamente como adultos.
De los yámanas quedan hoy unas pocas personas que se autorreconocen como tales, radicadas en Puerto Williams (Isla Navarino, Chile). Algunas de ellas mantienen ciertos conocimientos de cómo era la vida tradicional y, lo más importante, capacidad de hablar el yamaníhasha. Es prometedor que estén agrupados y lleven a cabo un interesante esfuerzo de transmitir su lengua y recuerdos a sus descendientes. Sin embargo, el estilo de vida tradicional ya casi no se practicaba a comienzos del Siglo XX. En su tercera década el número de yámanas ya estaba tremendamente reducido; los sobrevivientes llevaban vida rural, en general como empleados en establecimientos agroganaderos.
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