Érase una vez Rut, una muchacha de Moab. Casada con un israelita, hijo de Noemí, conoció muy pronto las amarguras de la viudez. Una joven dotada de las más bellas cualidades: afectuosa, decidida y trabajadora, dispuesta incluso a poner su honor en entredicho con tal de perpetuar el nombre de su difunto esposo.