Érase una vez Saulo, quien se constituyó en aquellos años como un acérrimo perseguidor de los cristianos, a quienes se les consideraba entonces una secta hereje del judaísmo. Pero todo cambió, en el año 36, cuando los jefes de los sacerdotes de Israel, le confiaron la misión de buscar y hacer detener a los partidarios de Jesús. Ya que, cuando iba camino hacia Damasco, fue testigo de forma inesperado de la manifestación prodigiosa del poder divino... y a partir de ese momento se le llamo Pablo.