En una noche que quedaría grabada en la memoria de los creyentes, la comunidad cristiana de Troas vivió un evento cargado de misterio, emoción y milagro. Todo sucedió cuando el apóstol Pablo, mensajero incansable del evangelio, compartía su última enseñanza antes de emprender un peligroso viaje al amanecer. En medio de una atmósfera sofocante y llena de expectación, un joven llamado Eutiquio, vencido por el sueño, cayó desde una ventana del tercer piso, dejando a todos en un estado de pánico y desconcierto. La caída de Eutiquio no solo rompió el silencio de la noche, sino que desató el caos entre los presentes. ¿Sería esto un trágico accidente o una señal de lo divino? Mientras la multitud lloraba y buscaba respuestas, Pablo actuó con serenidad y fe. Su abrazo hacia el joven, acompañado de unas palabras llenas de convicción: “No se alarmen. Está vivo”, marcó el inicio del milagro. Los ojos de Eutiquio se abrieron, la vida regresó a su cuerpo, y la alegría inundó a todos los presentes. Lo que parecía una tragedia se transformó en un símbolo de redención, un recordatorio del poder restaurador de Dios en nuestras vidas. Este milagro no solo resucitó físicamente a un joven, sino que reavivó la fe de una comunidad entera.