Este pasaje evangélico, extraído de Lucas 12, 49-53, se centra en las enigmáticas palabras de Jesús sobre el "fuego" y la "división", desafiando su percepción como el "Príncipe de la Paz." La reflexión desglosa el "fuego" como la fuerza purificadora del Espíritu Santo que busca transformar y erradicar el pecado, la tibieza y el egoísmo en nuestras vidas. Además, el texto aclara que el "bautismo" que Jesús anhela es su inmersión en la Pasión y la Muerte, el sufrimiento necesario para nuestra redención. Finalmente, la "división" es presentada como la consecuencia inevitable de la elección radical que exige el Evangelio, advirtiendo que la fidelidad a Cristo es la prioridad absoluta y puede generar conflicto con aquellos que resisten la Verdad.