Le trajeron a uno que era sordo y tartamudo, y le rogaron que pusiera la mano sobre él. Entonces Jesús, tomándolo aparte de la multitud, a solas, le metió los dedos en los oídos, y escupiendo, le tocó la lengua con la saliva; y levantando los ojos al cielo, suspiró profundamente y le dijo: «¡Ábrete!». Al instante se abrieron sus oídos, y desapareció el impedimento de su lengua, y hablaba con claridad. Y estaban asombrados en gran manera, y decían: «Todo lo ha hecho bien; aun a los sordos hace oír y a los mudos hablar». Marcos 7: 32-37