Las diferencias entre los fariseos y los apóstoles se intensificaron, desembocando en un odio profundo y una ira desenfrenada. Este enojo extremo, casi homicida, refleja una intensa lucha interna. Los fariseos sentían envidia, culpa y frustración, manifestando un dolor profundo en sus corazones. Esta historia nos recuerda que las emociones pueden revelar heridas ocultas y subraya la importancia de buscar la sanación y la redención.