En los albores del siglo XIX, el vasto Virreinato de Nueva España, que abarcaba desde el Caribe hasta el Pacífico, se encontraba en una encrucijada. Esta inmensa extensión territorial, que incluía incluso el suroeste de lo que hoy es Estados Unidos, era la joya más preciada de la corona española en América. En 1810, su población superaba los seis millones de habitantes, representando más de un tercio de la población total del imperio español de ultramar y la Ciudad de México, la capital virreinal, era la segunda ciudad más grande del imperio después de Madrid, con casi 170,000 habitantes.