A sus frescos 80 años, su vida musical es tan intensa, como en su juventud, cuando se pasó de la trompeta al contrabajo y desarrolló una frondosa historia interpretativa y compositiva. En sus tiempos formativos (Piazzolla de consejero, Ginastera su profe), se vinculó con las últimas grandes bandas de jazz argentinas, como la de Lalo Schiffrin. Alguna huella había dejado Gillespie. Tocaba y se sensibilizaba contra los avatares políticos de los 60, como el Onganiato. Unió su música y su verbo, en El Grito, obra para una gran masa orquestal. La prohibieron. El mundo la aplaudió. Vivió una década en Estados Unidos. Musicalizó en cine y teatro. Hizo docencia. Todo con su alma de jazzero.