Todos los seres humanos tenemos una sed profunda: sed de sentido, de amor, de perdón, de paz, de eternidad. Podemos intentar saciarla con placeres, logros, relaciones o cosas materiales… pero esa sed vuelve siempre. Es el alma la que tiene hambre de algo más.
Jesús, al hablar con la mujer samaritana junto al pozo, le ofrece algo que ella no esperaba: agua viva, una fuente que no se agota, una respuesta eterna al vacío interior. Esa agua no es una religión, ni un ritual… es Él mismo. Cristo es la fuente de vida eterna.
¿Qué significa beber de esa fuente?
Significa acercarse a Jesús con sinceridad, tal como somos.
Significa aceptar su perdón y su amor incondicional.
Significa permitir que su Espíritu Santo viva en nosotros y renueve nuestro interior.