En el corazón de toda democracia sana, en cada voto emitido, en cada ley promulgada y en cada decisión pública tomada, existe un hilo invisible pero esencial: la confianza ciudadana. Para las comunidades hispanas, tanto dentro de Estados Unidos como en América Latina, esta confianza ha sido puesta a prueba por décadas de desigualdad estructural, corrupción, indiferencia institucional, y una escasa conexión entre el lenguaje del poder y las realidades del pueblo. La democracia, sin embargo, no puede florecer sobre bases frágiles. Requiere puentes sólidos que unan a los ciudadanos con sus representantes, y esos puentes solo se construyen con transparencia genuina, participación informada y justicia social.