En las profundidades de la antigua Grecia, donde las sombras del Olimpo se alargaban más allá de las montañas y los valles, se encontraba un pequeño pueblo al pie de una colina, conocido como Asteria. Durante generaciones, sus habitantes vivieron en armonía con la naturaleza y rendían culto a los dioses, especialmente a Zeus, el padre de todos los dioses del Olimpo. Las ofrendas y plegarias nunca cesaron, pues el pueblo creía que la paz era mantenida por el poder de Zeus, quien observaba desde lo alto.

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