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El mensaje cristiano nació en un mundo que adoraba la elocuencia. En las plazas del mundo grecorromano, los filósofos y oradores eran las estrellas del momento. Sus discursos, llenos de lógica y belleza, buscaban persuadir e impresionar. En medio de ese ambiente, los primeros cristianos comenzaron a proclamar algo que parecía una completa insensatez: la salvación a través de un carpintero crucificado. Para los sabios de la época, aquello no era filosofía, sino locura. Y, sin embargo, esa "locura" cambió el mundo.
Pablo lo dijo con claridad: "La palabra de la cruz es locura para los que se pierden, pero para los que se salvan es poder de Dios" (1 Corintios 1.18). Lo que el mundo desprecia —un hombre colgado en una cruz— se convierte en el instrumento del poder divino. El término griego moria, traducido como "necedad", expresa ese aparente absurdo. Pero precisamente en lo débil, en lo frágil, Dios revela su fuerza transformadora. El mensaje del Evangelio es dinamita divina (dunamis): rompe cadenas, libera corazones, renueva vidas.
La cruz invierte los valores del mundo. Mientras la sociedad celebra el éxito, la fama y el poder, el Evangelio exalta la humildad, el servicio y el amor. Los judíos pedían señales y los griegos buscaban sabiduría, pero Dios ofreció algo distinto: un Salvador crucificado. En esa paradoja se revela la sabiduría de Dios, una sabiduría que no se aprende en los libros, sino en la experiencia del Espíritu.
A lo largo de la historia bíblica, Dios ha usado lo débil para mostrar su gloria: un anciano como Abraham, un esclavo como José, un pastorcillo como David, una joven campesina como María. Y, finalmente, un carpintero crucificado para redimir al mundo.
Por eso, el creyente no debe avergonzarse del Evangelio. En la aparente locura de la cruz se oculta la mayor sabiduría del universo: el amor que vence al odio, la gracia que derrota al pecado, la vida que triunfa sobre la muerte.
La invitación sigue en pie: ¿Te atreves a creer en esta "locura"? Porque en la cruz, Dios revela su sabiduría eterna y su poder para salvar. Amén.
By Pablo Jimenez4.9
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El mensaje cristiano nació en un mundo que adoraba la elocuencia. En las plazas del mundo grecorromano, los filósofos y oradores eran las estrellas del momento. Sus discursos, llenos de lógica y belleza, buscaban persuadir e impresionar. En medio de ese ambiente, los primeros cristianos comenzaron a proclamar algo que parecía una completa insensatez: la salvación a través de un carpintero crucificado. Para los sabios de la época, aquello no era filosofía, sino locura. Y, sin embargo, esa "locura" cambió el mundo.
Pablo lo dijo con claridad: "La palabra de la cruz es locura para los que se pierden, pero para los que se salvan es poder de Dios" (1 Corintios 1.18). Lo que el mundo desprecia —un hombre colgado en una cruz— se convierte en el instrumento del poder divino. El término griego moria, traducido como "necedad", expresa ese aparente absurdo. Pero precisamente en lo débil, en lo frágil, Dios revela su fuerza transformadora. El mensaje del Evangelio es dinamita divina (dunamis): rompe cadenas, libera corazones, renueva vidas.
La cruz invierte los valores del mundo. Mientras la sociedad celebra el éxito, la fama y el poder, el Evangelio exalta la humildad, el servicio y el amor. Los judíos pedían señales y los griegos buscaban sabiduría, pero Dios ofreció algo distinto: un Salvador crucificado. En esa paradoja se revela la sabiduría de Dios, una sabiduría que no se aprende en los libros, sino en la experiencia del Espíritu.
A lo largo de la historia bíblica, Dios ha usado lo débil para mostrar su gloria: un anciano como Abraham, un esclavo como José, un pastorcillo como David, una joven campesina como María. Y, finalmente, un carpintero crucificado para redimir al mundo.
Por eso, el creyente no debe avergonzarse del Evangelio. En la aparente locura de la cruz se oculta la mayor sabiduría del universo: el amor que vence al odio, la gracia que derrota al pecado, la vida que triunfa sobre la muerte.
La invitación sigue en pie: ¿Te atreves a creer en esta "locura"? Porque en la cruz, Dios revela su sabiduría eterna y su poder para salvar. Amén.