Era enero de 1936, y España respiraba bajo el peso de una crisis política que parecía no tener salida. El presidente del Consejo de Ministros, Manuel Portela Valladares, tomó una decisión drástica: disolver las Cortes Generales. Aquel 4 de enero, el país se quedó sin parlamento, pero no sin esperanza. O al menos, esa era la intención.