El problema no está cuando se intenta algo sin lograrlo, sino cuando  no apreciamos la experiencia que adquirimos como producto de haber intentado hacer algo nuevo.  A veces la preocupación por lo que pasó, o por el temor al qué dirán y,  cómo pudo pasar eso, nos impide percibir el valor formativo del fracaso.

El fracasar, hasta cierto punto, es bueno. Pensarás que estoy loco. «Estás loco, ¿Cómo me vas a decir que fracasar es bueno, divertido y además, deja una gran experiencia?».

Una persona que entiende el fracaso es aquella que usa los ladrillos de  los errores cometidos para construir una nueva vida, y no como una  experiencia que lo convierta en esclavo de su pasado.