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Or
Se cuenta que el rey Jaime I cayó gravemente enfermo en Teruel, y que los médicos no encontraban remedio para sanarle. No siquiera los más sabios judios de la comarca encontraban remedio contra su mal que le iba consumiendo cada vez más. Entonces se presentó en el lugar un vecino de la población que indicó que a un familiar suyo que había estado enfermo a causa de las mismas fiebres que el rey le había curado un remedio por él ideado.
Los médicos, tras consultar si hacer caso al individuo o no, decidieron que ningún mal podía hacer al enfermo probar un remedio que se consistía en calentar en una cazuela agua, pan y ajos. Pero aquí surgió un problema, pues en Teruel era muy complicado encontrar ajos y había que ir a Valencia, tierra aún de moros a buscarlos. Un grupo de caballeros se dirigió hacia allí, y tras muchas peripecias lograron regresar con cinco cabezas de ajo.
Puesto todo a hervir, se le hizo ingerir al rey esa sopa... Y a lo largo de la noche Jaime I comenzó a mantener una respiración más pausada, y al amanecer abrió los ojos, intentó incorporarse en el lecho y llamó a voces a sus criados para que le trajesen de comer unas chuletas de ciervo, las fiebres habían desaparecido y el rey estaba curado.
Felipe Alonso
Se cuenta que el rey Jaime I cayó gravemente enfermo en Teruel, y que los médicos no encontraban remedio para sanarle. No siquiera los más sabios judios de la comarca encontraban remedio contra su mal que le iba consumiendo cada vez más. Entonces se presentó en el lugar un vecino de la población que indicó que a un familiar suyo que había estado enfermo a causa de las mismas fiebres que el rey le había curado un remedio por él ideado.
Los médicos, tras consultar si hacer caso al individuo o no, decidieron que ningún mal podía hacer al enfermo probar un remedio que se consistía en calentar en una cazuela agua, pan y ajos. Pero aquí surgió un problema, pues en Teruel era muy complicado encontrar ajos y había que ir a Valencia, tierra aún de moros a buscarlos. Un grupo de caballeros se dirigió hacia allí, y tras muchas peripecias lograron regresar con cinco cabezas de ajo.
Puesto todo a hervir, se le hizo ingerir al rey esa sopa... Y a lo largo de la noche Jaime I comenzó a mantener una respiración más pausada, y al amanecer abrió los ojos, intentó incorporarse en el lecho y llamó a voces a sus criados para que le trajesen de comer unas chuletas de ciervo, las fiebres habían desaparecido y el rey estaba curado.
Felipe Alonso