Estamos en guerra, pero no una guerra carnal, sino una guerra espiritual. El apóstol Pablo nos advierte que “no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12). Sin embargo, no estamos desarmados: Dios mismo nos ha provisto de armas espirituales, poderosas en Él para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios (2 Corintios 10:4-5).
Necesitamos comprender el poder inherente que existe en el Nombre de Jesús. A Él le fue dado un Nombre que es sobre todo nombre, para que en el Nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre (Filipenses 2:9-11).
El Nombre de Jesús no es solo un recurso espiritual: es autoridad, es victoria, es garantía de que la oscuridad no prevalecerá contra aquellos que creen en Él y caminan bajo su señorío.